La aparición del Sidereus Nuncius representó uno de los momentos decisivos en la historia de la ciencia, pues las nuevas imágenes celestes que presentaba echaban por tierra convicciones seculares y lanzaban a la Europa culta a un torbellino de debates. Por otro lado, un tosco tubo con dos lentes de escasa calidad se había convertido, en manos de un hombre de ingenio, quizás en el más perturbador y revolucionario instrumento científico de todos los tiempos.
La consecuencia casi inmediata es que numerosos astrónomos europeos procuraron hacerse con ejemplares de ese nuevo instrumento óptico. Antes de concluir 1610 ya constan, por ejemplo, las observaciones realizadas empleando telescopios por jesuitas del Colegio Romano o del convento de San Antón en Lisboa.
Un mérito "merced a la gracia de Dios"
Por otro lado, pronto se suscitó la polémica sobre la identidad del inventor. Aunque Galileo se atribuyó ese mérito, "merced a la gracia de Dios que primero me iluminó el entendimiento", según sus propias palabras, hoy se conoce con certeza que ejemplares de telescopios fueron fabricados en distintos lugares de Europa por maestros constructores de "visorios" o gafas desde los últimos años del siglo XVI. Ya en 1618 un discípulo de Galileo llamado Girolamo Sirtori y autor del primer tratado sobre telescopios, Telescopium sive Ars perficiendi novum illud Galilaei visorium instrumentum ad Sydera, comenta en esta obra la dificultad de determinar quién había sido el inventor y rechaza que lo fueran ciertos holandeses, como Hans Lippershey, Jacob Metius o Zacarías Jansen, pues tiene constancia de la existencia de constructores anteriores. Así, afirma que él había conocido en Barcelona a Joan Roget, perteneciente a una familia de constructores de telescopios que llevaba varias décadas en esa labor, y que el maestro catalán le había permitido examinar uno de los telescopios que había fabricado hacía ya bastantes años.
Es aún más sorprendente e intrigante lo que afirma Sirtori unas páginas más adelante: cuando en 1611 midió las lentes del telescopio que poseía el archiduque de Baviera Maximiliano I y que había sido fabricado por Galileo comprobó que eran idénticas a las del telescopio construido por Roget bastantes años antes.
"Constructor de visorios"
Posiblemente nunca se pueda determinar quién fue el primer "maestro constructor de visorios" que tuvo la ocurrencia de colocar una lente delante de otra y comprobar los resultados al alejarlas o aproximarlas, pero sí sabemos que en la segunda década del siglo XVII se fabricaban telescopios de distintos tamaños en las principales ciudades europeas. Una de las referencias más claras sobre este tema se encuentra en el Diálogo IV En que se trata de los antojos visorios o cañones con que se alcanza a ver a distancia de muchas leguas contenido en la obra Uso de los antojos para todo género de vista, escrita por el licenciado cordobés Benito Daza de Valdés y publicada en Sevilla en 1623. En este texto, el segundo que se escribió en Europa sobre telescopios, el autor muestra un taller sevillano en el que se fabricaban telescopios de doce tamaños diferentes, desde el pequeño de "cuatro dedos de largo" hasta el de "cuatro varas", en función de la lejanía del objeto que se quisiera observar.
Los telescopios utilizados por los astrónomos se montaban en tubos de cartón o de madera, frecuentemente forrados en piel o tela. Los burgueses ricos, los nobles y los príncipes muy pronto se hicieron con bellos y lujosos instrumentos con monturas metálicas, pagando por ellos elevadas cantidades, unas veces para adornar sus gabinetes, otras para ofrecerlos como exquisitos presentes a los personajes más poderosos, como Felipe III, Paulo V o Cosme de Médicis.
Fuente: El País Digital
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